Queda un poco lejano aquel septiembre de 2000, cuando en la ciudad de Nueva York y en un ambiente de reivindicaciones sociales, se llevó a cabo la Cumbre del Milenio. Representantes de 189 estados recordaban los compromisos adquiridos en los noventa y firmaban la Declaración del Milenio. De este documento emanaban los Objetivos de Desarrollo del Milenio que plasman ocho propósitos indispensables para el desarrollo humano: la erradicación de la pobreza, la educación primaria universal, la igualdad entre los géneros, la mortalidad infantil, materna, detener el avance del VIH/sida, el sustento del medio ambiente y fomentar una Asociación Mundial para el Desarrollo. .

El plazo establecido de cumplimiento se fijó en el año 2015 por lo que es muy significativo el análisis sobre los datos arrojados por el informe presentado por Naciones Unidas en Junio de 2014, en este documento que aparecen, entre otras, las siguientes cifras: las personas que viven en situación de extrema pobreza se han reducido en 700 millones desde 1990. El porcentaje de menores matriculados en los cursos de educación primaria ha pasado del 83% al 90%. La mortalidad infantil se ha reducido a la mitad en poco más de dos décadas. Entre 2000 y 2012, las acciones para combatir el paludismo salvaron la vida de más de tres millones de niños. “En todas las regiones en desarrollo se están eliminando las disparidades en la matriculación de niños y niñas”, etc . Estos son algunos de los datos que argumenta Naciones Unidas sobre el grado de consecución de los “Objetivos del Milenio”, pero ¿por qué tenemos una sensación generalizada de fracaso en la eliminación de las desigualdades sociales y en la lucha contra la pobreza? .