En las últimas décadas, muchos países vulnerables han puesto en marcha distintos Programas de Alimentación Escolar como estrategia para combatira la desnutrición, el absentismo, la deserción escolar y de mejora del aprendizaje. En Nicaragua, desde el año 1998 se vienen realizando proyectos en relación a la AE, que han evolucionado desde la Galleta nutritiva y cereal fortificado, hasta llegar a convertirse en un programa social del Ministerio de Educación y Deportes alcanzando una cobertura universal.

En este contexto la alimentación escolar presenta una doble dimensión, por una parte económica ya que puede ser entendida como una transferencia de recursos a las familias más vulnerables, contribuyendo a reducir la inseguridad alimentaria y nutricional en situaciones de inestabilidad financiera, política y ambiental.

Por otro lado social, porque alimentar a un niño o una niña en la escuela significa permitir que se eduque y tenga posibilidades de salir del ciclo de la exclusión social, así mismo contribuye a paliar las deficiencias nutricionales y las enfermedades crónicas no transmisibles.